MARCELO CORONEL - poesía


EL PÁRAMO

 

I

Todos los días

acosadas por las bestias

las miles de criaturas

que pueblan el páramo

rinden examen de supervivencia.

Apenas se disipan la neblina

y la negrura de la noche, se asoman

con cuidado, abandonando la seguridad

(relativa) de la madriguera.

De buena gana se quedarían

pero deben salir

y allá afuera convergen

seguras de cuan largas y tortuosas

serán las próximas horas.

Innumerables circuitos las conducen

expuestas a chirridos lacerantes

y vahos insalubres.

Presienten que la violencia

se hará presente; por eso

miran de reojo, preparan el zarpazo

y van en tensión, a la defensiva.

Razones no les faltan

las bestias no descansan

y descargan su mal de muchas formas.

 

 

II

El páramo confunde. Algunas veces

brillan sensuales luces que aturden

enamoran y atraen como imanes.

Montones de criaturas se abalanzan entonces

y caen en las redes engañosas

en las cuales se enferman

se mueren y se pudren.

No es muy fácil hallar terreno seco

donde cavar nuevos refugios.

Así, muchas terminan habitando

húmedos agujeros atestados

donde las pujas se dirimen a dentellada limpia

casi siempre.

Seguramente habrá mutado, en una época desgraciada

el instinto vital. Hoy las arrastra

irresistiblemente, a creer en esta meca

donde infelicidad y miedo

son contracara de las mieles anheladas, efímeras y vanas

muchas veces.

 

 

III

Algunas bestias rugen e inundan el páramo

con su aliento putrefacto.

A veces, en descontrol suicida y criminal

se lanzan contra todo y contra todos

con desgraciado saldo de muerte y destrucción.

Carecen del instinto que reprime el ataque

a la propia especie

por eso no es raro presenciar entreveros

feroces entre ellas.

Otras proceden sutilmente:

simulan mansedumbre, son amables

pero sin que las criaturas se den cuenta

las someten. Al tiempo ya no queda

de las pobres más que el cuero

y aún así, con una mueca que pretende ser sonrisa

ofrecen a verdugos y opresores su gesto patético

de agradecimiento.

 

 

IV

Van regresando las sombras.

Un grupo de criaturas vuelve a su madriguera

y se detiene un momento

a la vera de un charco.

Sus cuerpos están tiesos

de contracturas.

Se les doblan las patas

de cansancio.

La sed las inclina sobre el líquido incierto

donde bailan los brillos del páramo incendiado.

En ese momento pegan el grito

y sus pieles

se erizan de terror:

desde el acuoso fondo del agujero

los ojos de las bestias las están observando.