NOTAS SOBRE LA COMPOSICIÓN

-por Marcelo Coronel-

 

El trabajo de componer música se desarrolla a lo largo de etapas que demandan distintas clases y cantidades de energía y concentración, y generan distintas respuestas en el ánimo y el grado de satisfacción (o no) que se obtiene al ir haciendo.

 

Si la composición es disparada por una idea más o menos clara, puede suceder que algunos compases, o incluso una sección formal completa pueda nacer de manera más o menos fluida, respondiendo a ese impulso inicial.

 

Una vez planteado (y eventualmente agotado) ese material primero, hay que crear, elaborándolo o inventando algo nuevo. Ahí comienza a aumentar el esfuerzo necesario para progresar, y el trabajo se hace más lento. La principal dificultad, en mi caso, es encontrar modos de evolucionar que aún siendo contrastantes conserven unidad con lo ya escrito. Se suceden entonces intentos que normalmente fracasan, total o parcialmente (este "fracaso" es la valoración negativa que hago de mi propio hacer). Se interviene lo que no satisface, llegando a una nueva posibilidad aún peor. Este momento es usualmente desgastante y fascinante a la vez, ya que es exploratorio y un tiempo de alumbramiento. Pero puede llegar a parecerse a una neuralgia, a tocar y retocar una lastimadura empeorando la cosa constantemente. En algún momento, la intervención deriva en un pequeño hallazgo, que actúa como una luz tenue, y se sigue buscando por ahí. Al final de la jornada, puedo estar conforme si conseguí esbozar un fragmento que "tenga futuro".

 

Cuando escribo para grupos (dúos, tríos, cuartetos) lo hago directamente en la computadora, casi siempre. A esa etapa le sigue el chequeo de lo escrito sobre el instrumento, fase que invariablemente desemboca en cambios, de mayor o menor importancia. En este punto siento sensación de haber llegado a una pequeña planicie luego de subir una cuesta empinada. Los "músculos" duelen, y hay un cansancio generalizado, cuando no agotamiento. Habitualmente es el momento de un corte, de preparar el mate, de sacar un momento la cabeza de lo que estoy haciendo.

 

Al regresar, el puesto de trabajo es la silla, frente al atril, y las herramientas, la guitarra, el lápiz y la goma de borrar. Al tocar se van mostrando -como comentaba más arriba- pasajes que piden cambios para resolverse mejor: notas que no pueden prolongarse tanto, acordes que funcionan mejor si se les quita una voz, líneas que funcionan bien en el conjunto pero individualmente carecen de gracia melódica, etc. Las partituras se van llenando de indicaciones para ser editadas en la siguiente etapa, ya de regreso frente al monitor y el teclado.

 

Así va progresando la cosa, a velocidad inmanejable: cada obra ofrece su propia resistencia al trabajo del artista, que nunca sabe porqué en unos casos le resulta más fácil y en otros más difícil. Es verdad que con los años el oficio proporciona experiencia y conocimiento sobre ciertos modos de resolver, que "suenan", de acuerdo a cierto personal canon de belleza. Pero el uso constante de estas "soluciones" produce hartazgo y sensación de auto plagio, de la que probablemente ningún creador escape en alguna medida. Por lo tanto hay que seguir reflexionando, nutrirse de la experiencia de otros artistas que marcan caminos, y dar chance a opciones que no gusten inmediatamente (porque el gusto, me parece, se forma con un cóctel de posibilidades que ya hemos escuchado, aceptado y eventualmente usado).

 

No es éste mi modo único de trabajar. Pero en una cantidad considerable de casos se verifican estos momentos.

 

26/1/2021

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