PEDAGOGÍA DE LA DEPENDENCIA

-por Marcelo Coronel-

 

El título de esta nota le roba a Paulo Freire cierto modo de titular sus libros. Comienzo trayendo el nombre de este brasilero eminente, porque iluminó la docencia con su propuesta de pedagogía militante, emancipadora y solidaria. No casualmente Bolsonaro, el ultraderechista presidente de Brasil, lo trató de “energúmeno”.

 

Hace muchos años, antes de decidir que iba a elegir la música como profesión, estuve un tiempo en la Facultad de Ciencias Económicas. Recuerdo que en Economía Política, tanto en la bibliografía como en la valoración de los docentes, los postulados de teóricos ingleses y norteamericanos eran casi palabra de Dios, y sus escritos, virtuales biblias. NO recuerdo que hubiera textos de autores latinoamericanos o argentinos, en la propuesta bibliográfica de las materias, ni mucho menos de asiáticos, rusos o africanos. Con el tiempo escuché y leí esas ideas, recurrentemente, en el discurso de referentes políticos y económicos del ultraliberalismo de derecha, personajes ligados a los momentos más retrógrados de nuestra historia social, económica y política, y usualmente catapultados a la función pública durante gobiernos ilegítimos resultantes de golpes militares. En el reciente período macrista, una parte de la sociedad cometió el acto suicida de colocar en el gobierno a una caterva que siguiendo esos preceptos generaría el desbarranque que todos conocemos.

 

La propuesta de los teóricos de los países dominantes, como es natural, puede resumirse de esta manera: “dividamos las tareas en el mundo de modo que a nosotros nos toquen las redituables”. Una versión “civilizada” de lo que hicieron los españoles con el mineral de Potosí y los pobres indios y negros que dejaron el cuero en las minas... “laburen ustedes que nosotros la gastamos”. A aquéllos los convencían a latigazos, de un tiempo a esta parte se usa la educación. Éste es el punto: un caudal significativo de mensajes emanados de las cátedras de nuestras universidades latinoamericanas, es portador de la mentalidad colonialista que nos inocularon. Ya no necesitan venir a decirnos nada, nosotros mismos se lo transmitimos a nuestros jóvenes. Somos perpetuadores de un complejo de inferioridad y una convicción de que debemos imitar los modelos de los países del “primer mundo”.

 

En la educación artística ésto también sucede. Voy a referirme a mi campo específico. Las manifestaciones musicales de una comunidad deberían expresar lo que acontece en ella, ser espejo del pulso colectivo -aunque el artista las procese con su individualidad- y por lo tanto distintas a las que se generan en otras partes del mundo. Sin embargo, en las universidades, conservatorios y escuelas superiores de arte se puede observar algo así como un racismo artístico, que entroniza las expresiones de la cultura de Europa occidental, colocándolas en la condición de modos de hacer VERDADEROS. Lo hecho allí antes y ahora es LA música, y por consiguiente la educación tiende a enseñarle al futuro artista argentino esa manera de proceder, como si fuera un mandato inevitable. Esto lo enajena y lo condiciona intelectual y emocionalmente para aceptar y apropiarse de lo que pasa en su propia tierra. Ser “educado” musicalmente es conocer lo que pasó a miles de kilómetros hace siglos, aunque se ignore por completo lo que sucede ahora en el propio país, o en el territorio también propio, en lo cultural, de los vecinos latinoamericanos.

 

Que nadie piense que este texto (escrito casi como un pensamiento en voz alta) pretende negar el valor de la música que llegó a América desde Europa. Todo lo contrario. La belleza y solidez estructural de esas creaciones, prueban el grado de desarrollo que alcanzó el arte musical en esas sociedades. El foco de este escrito es la actitud claudicante de cierta educación superior, que perpetúa nuestra condición colonial y dependiente. No es una sentencia generalizadora: conozco docentes y directivos que desde sus lugares de trabajo alzan voces y realizan acciones en sentido contrario. Por ejemplo: se está empezando a ver el resultado de un movimiento que propone la sistematización y enseñanza de la música popular en ámbitos oficiales (Escuela de Música Popular de Avellaneda, UNSAM, UNVM). En la denominada música “clásica” (o culta, o académica, o erudita) la problemática es aún más profunda: las músicas populares siempre contienen elementos constitutivos propios y provenientes de un hacer desprejuiciado, mientras que las otras, son fruto del trabajo de artistas condicionados por el estado de cosas que estamos analizando.

 

Termino citando un párrafo de Coriún Aharonian (*), en mi opinión una de las voces más lúcidas de Latinoamérica. Escrito hace ya algunas décadas, conserva en gran medida su vigencia: “la tarea del creador de bienes culturales (...) latinoamericano no es nada fácil, naturalmente. Hace muy poco tiempo que él mismo se está dando cuenta de su situación colonial. Hace muy poco tiempo, pues, que se ha puesto a pensar que aquéllo que le fuera impuesto como LA cultura no es tal, que la de su pueblo es otra, o que debe ser otra. Que hay una cultura metropolitana opresora y que existe una difícil opción por una cultura de signo opuesto”.(**)

 

(*)Compositor, musicólogo, docente y editor uruguayo (Montevideo, 1940-2017)

(**) Identidad, colonia y vanguardia en la creación musical latinoamericana. Ensayo escrito en 1974, incluido en “Hacer Música en América Latina” (Tacuabé, Montevideo, 2012)

 

14/4/2019