Juan ingresa al escenario sin apuro, el ritual que está comenzando va a ser largo, y apresta parsimoniosamente sus textos, su afinación y su copa de vino.

Luego empieza a deshojar una flor de guitarra y poesía, sazonada con su humor tan tucumano. Cada tanto enciende, como un faro, una luz que ilumina a los poetas, los cantores, los músicos, y sugiere recorrerlos, como senderos necesarios. En un momento cambia la afinación para tocar un gato, pero el acorde que le suena es tan profundo, tan irresistiblemente vidalero, que se muda sin dudar (diría que sin pensar) al universo de Valladares para entregar una versión de Subo.

En este centenario del nacimiento de Eduardo Falú, Juan lo trae de regreso, la increíble canción que nombra a las golondrinas suena entonada por todas las almas reunidas, con su guitarra dando el marco armónico, propiciando la emoción del canto colectivo.

Como casi siempre, la misa se va encaminando hacia el final con los pedidos del público. Juan amaga que termina, pero se sabe que falta mucho para eso: ya apagada la consola de sonido, ya vacías la mayoría de las mesas, queda en la semipenumbra un manojo de desveladas y desvelados, que continúan compartiendo los bienes espirituales de nuestra tierra, y otros tangibles, como el vino.