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UN PAR DE AÑOS

-por Marcelo Coronel-

 

Cuando sucedió lo que voy a relatar, yo era un joven con vocación musical ya declarada. Luchaba por apropiarme del oficio, quería ser guitarrista, conocer los secretos de la música. Naturalmente tenía que ganarme la vida, y no resultaba fácil siendo un proyecto de artista; el país no colaboraba, era constante la sensación de remar en dulce de leche (más o menos como ahora).

 

En ese contexto entré un día a una óptica, para averiguar precios de anteojos. Y el tipo que me atendió resultó ser un amigo que no veía hacía unos años. ¡Cómo andás! ¡Tanto tiempo! etc, etc.

La charla en un momento fue para el lado del trabajo:

-Estoy pensando en irme de este laburo (me dijo), no estoy mal, pero cuando un proyecto no te rinde como querés en un par de años, hay que ir a otra cosa...

 

Me dejó pensando. En los días siguientes reflexioné sobre ese concepto, y detecté que mi actitud de vida era exactamente la contraria. Nunca se me había ocurrido que debía emplazar a mis ganas de ser músico para que se concretasen en un tiempo definido y me dieran de comer, o se fueran de mí. No dejó de llevarme a una auto-observación crítica, como quien se permite chequear si no está mal enfocado.

 

Admito que el sentido verdadero de la expresión de mi amigo puede haber estado en circunstancias personales que no podemos conocer. Creo sin embargo que deja claro su pensamiento: el oficio es una herramienta, no un fin. La vocación artística, en cambio, es de otra naturaleza: el oficio se aprende por el mero deseo de practicarlo y encuentra en ello toda su justificación.

 

Observo en este incidente lejano -que persiste en volver a mi memoria- dos modos de entender la vida. En el primero el ser humano debe ser «productivo», en un sentido mercantilista y utilitario. Las decisiones son funcionales a una traza recomendada de pasos y conquistas, prosperidad material que debería ser fuente de alegría, felicidad y realización.

 

El otro es funcional al deseo, al entusiasmo por involucrarse en algo que nos llama misteriosa e irresistiblemente. Ese llamado puede durar toda la vida, y quizá no rendir nunca «como uno quiere», que es lo que habitualmente sucede.

 

Digamos: la vida vivida para poder vivir la vida, o la vida vivida en sí misma.

 

(mayo de 2023)