LA CASA
Voy yendo una vez más
y aunque no sé bien adónde
parece que tengo apuro.
Esta casa con el ingreso por una calle
y la salida por otra
permite cortar camino.
Voy a entrar. ¿Cómo me atrevo?
Estoy adentro.
Voy derramando adrenalina.
El espacio se ve deshabitado
aunque todo está limpio.
Hay silencio
me muevo apenas.
Ya en el patio interior
veo el sol
ventanas con cortinas
luego me pierdo en la desmemoria
por un pasillo.
Por alguna razón
la invado de nuevo al regresar
transitándola en sentido inverso.
Mi andar corto no guarda relación
con mi temor.
No debería yo estar ahí
no deberían encontrarme
no debería yo reincidir
y sin embargo ahí voy otra vez
furtivamente
en busca de la entrada.
Me dispongo a salir
escucho voces del otro lado
¿cómo evitar ser visto?
me desespero abro la puerta
me doy de frente
con la mirada del hombre.
No hay reproches.
No me detengo a explicar
sin darme vuelta me alejo
con paso largo.
Ahora estoy nuevamente
ingresando a la casa
para cortar camino.
La misma sensación de estar en falta
el mismo sol
cortinas
pasillo y desmemoria.
En el regreso
ante mi propia perplejidad
me descubro descalzo
casi levitante
por los ambientes sombríos
que dan al patio.
Ya frente a la puerta
observo el cielo sobre mí
no lo entiendo.
El gesto circular en la boca de un pez
es la llave
que calza con precisión y sonido seco.
Mientras abro la puerta con su boca
el pez llega volando.
Suspendido sobre mí gira para mirarme
monitorea
sin dejar de ofrecerme su flanco verde intenso
atravesado por vías negras transversales.
La presencia tras la puerta me deja
una vez más
al desnudo
no hay retroceso posible.
Es el hijo esta vez
ensayo mi descargo
su sonrisa indulgente
no deja dudas: mi explicación
es inútil. Pese a todo
me voy impunemente
afectado, eso sí, por el fastidio
ante mi reincidencia inevitable.
Todo vuelve a suceder
más o menos igual.
La mirada sorprendida del hombre
sin reproches
precede a una nueva huida.
Para ya no ser visto me acuesto
y me tapo con el suelo.